LA TUBERCULOSIS Y LOS DETERMINANTES SOCIALES DE SALUD

Cazadores de microbios… “Cazadores de microbios”, la extraordinaria obra de Paul Henry de Kruif que se cruzó en el camino de aquel muchacho que fui en mi ya lejana infancia-adolescencia. Esa fascinante epopeya sobre las figuras fundamentales de la microbiología (desde el adusto y visionario fabricante de lentes Anton van Leeuwenhoek, primer ser humano en ver el universo oculto de los microbios, hasta Paul Ehrlich, el jovial bon vivant que ideó la mítica bala mágica capaz de destruirlos). Aquella obra fue, junto con otras que ya mencioné en alguna ocasión, “culpable” de mi temprana vocación médica. Si aún no la han leído, háganlo; es un viaje que merece la pena. Andando el tiempo, he tenido la inmensa fortuna de conocer a uno de estos implacables y tenaces cazadores modernos: mi querido y admirado amigo, el doctor Rafael Luque Márquez. Licenciado en Medicina por la Universidad de Córdoba, lo conocí durante su periodo de formación, cuando realizaba una rotación temporal como residente (ya con la brújula apuntando hacia las enfermedades infecciosas) en mi hospital, el Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Años después regresaría a él, esta vez como Facultativo Especialista de Área del Servicio de Enfermedades Infecciosas. Desde entonces, su

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UN DESCUBRIMIENTO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA DE LA TUBERCULOSIS Y DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA EN MEDICINA. COMO HACER DE LA NECESIDAD VIRTUD

Ensayos clínicos: historia, ética y progreso médico. Internista de referencia y experto en enfermedades autoinmunes sistémicas, el Dr. Enrique de Ramón (socio fundador y directivo de AADEA) nos invita a reflexionar sobre uno de sus temas predilectos: la importancia de los ensayos clínicos en el progreso de la Medicina. En un artículo anterior (Tribuna de Asociados: Investigación de medicamentos), el Dr. Pérez Fernández describía el largo recorrido que exige hoy la creación de un nuevo medicamento: desde la primera intuición hasta su llegada al mostrador de la farmacia. El Dr. De Ramón, más concretamente, se centra ahora en el ensayo clínico con estreptomicina, de 1946, considerado, como él mismo relata, el primero en cumplir rigurosamente los estándares actuales exigidos para la aprobación de un fármaco, ya que no solo evaluó su eficacia (mediante aleatorización, enmascaramiento y diseño estadístico riguroso), sino que se adelantó, de manera incipiente, al respeto a los principios bioéticos de seguridad y libertad de los pacientes (consentimiento informado y equidad en la selección). Exigencias bioéticas que, bajo su influencia, serían concretadas e impulsadas por el Código de Núremberg (1947) y se consolidaron posteriormente en la Declaración de Helsinki (1954) y en el Informe Belmont (1979), ambos surgidos

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