¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso! (Miguel de Cervantes). Es un honor para mí contar en esta Tribuna con una personalidad de la talla de José María Rubio Rubio. Mi relación con el Profesor Rubio comienza, allá por los pasados años 60, cuando el Profesor y Académico aún no lo era. Ambos éramos simplemente dos jóvenes estudiantes, en la Facultad de Medicina de Sevilla, unidos por una idea muy clara: queríamos ser internistas. Su brillante trayectoria comienza como alumno interno destacado en la Cátedra de Patología Médica, donde tuvo la fortuna de contar con los que él considera sus maestros (luego vendrían muchos más), los profesores Aznar Reig y Zamora Madaria, entorno que ya no abandonó a lo largo de toda su vida profesional como Profesor Titular, impartiendo las asignaturas de Patología General y Bioética (miembro además del Comité Ético Asistencial del hospital universitario Virgen de Macarena de Sevilla). Esos dos pilares que, según sus propias palabras en su discurso de recepción, como Académico de Número, en la Real Academia de Medicina de Sevilla, son “los dos caminos que constituyen el itinerario de mi vida: la Medicina Interna en la que me inicié y en la que continúo, aunque
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