PRESENTACIÓN
Amor... con amor se cura.
O por lo menos eso es lo que afirma el dicho popular. El doctor Javier Ortiz acude nuevamente a nuestra Tribuna. Si fue la Música y su relación con la Medicina el motivo de su anterior colaboración, es de la pasión amorosa de lo ahora nos va a hablar. Y lo hace con la amenidad y profundidad habituales en el. Médico vocacional y con una “incurable” curiosidad por todos los aspectos del humanismo (ya conocen la cita de Terencio: “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” aunque, en el contexto en que fue pronunciada, la frase es bastante más pedestre de lo que parece)*, posee amplios conocimiento de Historia (es historiador), de Literatura, de Pintura, de Música... Ello le permite relacionar magistralmente las discusiones filosóficas de la antigüedad clásica con las escenas representadas en obras maestras de la pintura, escudriñando y desentrañando todo su simbolismo. Tras un análisis inicial del doble carácter del Amor, partiendo de “El Banquete” de Platón, como causante y a la vez como remedio de enfermedad, el doctor Ortiz nos introduce en dos “ejemplos prácticos” basados en sendos escenarios histórico-artísticos. Pero lo hace con la precisión y metodología propias del “arte médico”, convirtiendo en brillante exposición de “un caso clínico” algo que podría reducirse a un culebrón de la época; digno, “mutatis mutandi”, de cualquier programa televisivo sensacionalista actual.
*Nota: Mientras el labrador Menedemo se desloma trabajando, su vecino Cremes, un cotilla redomado, no hace más que incordiarle con preguntas y comentarios impertinentes. Cuando el primero le pide que lo deje en paz y que no se meta en cuestiones que no le importan, Cremes responde: “Hombre soy, etc., etc...” (Versión un tanto libre de “Heautontimorumenos” o “El atormentador de sí mismo”, de Publio Terencio Afro, 185-159 a.C.) Mucho menos solemne la frase vista así ¿verdad?
Julio Sánchez Román
Secretario de AADEA
ARTÍCULO
1. INTRODUCCIÓN SOBRE EL AMOR (amor sagrado y amor profano)
Retrotraigámonos a Platón, que ya en su diálogo “El Banquete” (en griego antiguo Συμπόσιον, Sympósion, término que a los médicos nos resulta muy familiar), se dedica a desmenuzar el significado del Amor. Allí, los comensales, Sócrates, Pausanias, Aristófanes, etc., pontifican filosóficamente sobre ello describiendo el amor de distintas maneras, tantas como personajes, coincidiendo únicamente en que existen dos clases de amor. Aconsejo su lectura, por lo divertidas (e incluso opuestas) que pueden ser algunas de sus interpretaciones. Pero centrémonos únicamente en aquello en lo que estaban de acuerdo:
“...Pero puesto que hay dos Afroditas, tiene que haber también dos Amores. ¿Quién duda de que hay dos Afroditas? La Primera, la de más edad, hija del cielo, que no tiene madre”. Es la disquisición de Pausanias, uno de los comensales. Esta Afrodita, pues, “nació sin participación de la mujer, de la sangre que cayó al mar desde los testículos de Urano cuando se los cortaron”. Como nos cuenta Hesíodo en su “Teogonía” Urano estaba haciendo el amor con su esposa, Gea, cuando Cronos, el hijo de ambos, de acuerdo con ella agotada por la pasión de Urano y para deshacerse de él, le cortó los genitales. Cayeron al mar y de la espuma que se formó nació Afrodita (la Venus romana) que fue llevada por el mar, en una Venera, hasta Chipre (recordemos el cuadro de “El nacimiento de Venus”, de Sandro Botticelli).
“...la Otra, más joven, es fruto de los amores de Zeus y Dione” continúa Pausanias, aclarando a continuación que a la primera, hija del cielo y sin madre, la llamamos Celestial y, a la segunda, Terrenal. Son distintos grados de belleza y suscitan amores diferentes; pero las dos, como afirma el filósofo y médico renacentista Marsilio Ficino (en su obra “De Amore”, precisamente un comentario de “El Banquete”, en la que desarrolla la teoría del amor y la belleza platónicos) son nobles y dignas de ser honradas pues ambas, cada una a su manera, engendran belleza. Pero tanto Ficino, como antes de él, Arnau de Vilanova (“Tratado sobre el amor heroico”) o Andreas Capellanus (“De Amore”) y muchos otros médicos, van a distinguir una forma de amor más “humano” y menos “espiritual” que el de Platón. Un amor constitutivo de verdadera enfermedad; el clásico “mal de amores” (“amor hereos o heroico”, en alusión a Eros) del que tanto se hizo eco la medicina a partir de la época medieval y que, en numerosas ocasiones, ha servido de inspiración a pintores.
Por ejemplo: entre las dos variantes de amor, fijémonos en el cuadro de Tiziano (Figura 1), “Amor Sagrado y Amor Profano”, reina la armonía, como lo demuestra el Cupido, que con su mano, homogeniza el agua de la fuente. A la Terrestre (la otra), a la izquierda del cuadro, se le representa vestida ricamente y con joyas, símbolos de las vanidades terrenales; la Celestial esta desnuda, con un vaso donde arde la llama sagrada del amor divino. Para el renacimiento la desnudez significaba pureza e inocencia. Volviendo a la parte izquierda, se nos muestra a la mujer vestida de gala, con la rosa y el mirto de la recién casada, que celebra la faceta publica del matrimonio, cuyo fin procreador nos lo muestra la pareja de conejos, símbolo por excelencia de la fecundidad, y la función social, representada por la ciudad que se vislumbra a lo lejos. La figura desnuda, que empuña la llama (la pasión), exalta en contraste los aspectos íntimos del matrimonio, los aspectos privados de la convivencia, así como la naturaleza agreste del paisaje: la hiedra, representa el poder de los sentidos lo mismo que los amantes situados en segundo plano. Pero hay un amor escondido en ese cuadro de Tiziano. El caballo salvaje enloquecido, que es dominado por la fuerza.
2. LA FACETA TERAPÉUTICA.
Hecha esta primera distinción y conocida la complejidad del amor vamos a abordar, con el trasfondo de otro cuadro, “Antíoco y Estratónice”, de Jacques Louis David (Figura 2), lo sucedido a la muerte de Alejandro Magno, cuando su inmenso Imperio se diluyo como un azucarillo, pues cada uno de sus generales optaron por un territorio (satrapía), del cual se invistieron como sátrapas.
Y, así, Seleuco asumió la de Babilonia y Demetrio la de Macedonia. Ambos tuvieron sus choques militares, que dirimieron con un casamiento. Seleuco había quedado viudo y con un hijo llamado Antíoco, y Demetrio tenía una joven hija, Estratónice, de espléndida belleza. Pues bien, Seleuco se casó con Estratónice, mucho más joven que él, y ocurrió lo que Plutarco nos cuenta en sus “Vidas Paralelas” (concretamente en “Demetrio-Antonio”).
Antíoco I Soter (305-281AC) hijo del rey Seleuco, de Siria y Babilonia, fundador de la dinastía seléucida y uno de los Diádocos de Alejandro, se enamoró perdidamente de su madrastra, Estratónice, a quien Plutarco, en sus vidas paralelas, nos la describe como joven y bella. Antíoco lucho cuanto pudo para evitar caer en esta pasión que él mismo consideraba, no solo ilegal, sino nefasta. Por ello cayó enfermo, y ningún médico fue capaz de diagnosticar su mal. Tras consultas con muchos de ellos, solo Erasístrato, el médico de la corte, después de estudiarlo cuidadosamente, descubrió que era el amor la causa de su enfermedad; pero le era difícil saber cuál era la persona de quien estaba enamorado. Así que decidió quedarse en la habitación del enfermo: siempre que entraba en ella alguna de las damas de la corte, o algún mancebo agraciado (estamos en la antigua Grecia, recuerden) observaba sus emociones y reacciones. Así, descubrió que la única presencia que le producía alteraciones a Antíoco, cuando entraba en la cámara, era la de la reina Estratónice, sola o acompañada por su esposo y padre del enfermo, el rey Seleuco. En palabras de Plutarco:
“...Y entonces, aparecían floridos todos los signos de Safo. Su voz se apocaba, su cara enrojecía, sus ojos lanzaban disimuladas miradas, empezaba a sudar súbitamente, su corazón latía rápida y descompasadamente, parecía que a veces perdía el pulso e incapaz de contener la pasión se hundía en un estado de debilidad y postración, empalidecía y tenía desmayos “.
Lope de Vega, en su obra “El castigo sin venganza”, hace alusión a esta escena (aunque confunde al médico Erasístrato con en “incendiario” Eróstrato, aquel pastor que prendió fuego al templo de Artemisa, en Éfeso, nada más que por hacerse famoso):
Mas Eróstrato, más sabio
que Hipócrates y Galeno
conoció luego el agravio;
Pero que estaba el veneno
entre el corazón y el labio.
Tomole el pulso, y mandó
que cuantas damas había
en el palacio entrasen
…...
Cuando su madrastra entraba
conoció en la alteración
del pulso, que ella causaba
su mal.
¡Extraña invención!
Erasístrato se lo dijo a Seleuco, advirtiéndole que su hijo estaba enfermo de un amor imposible e insanable. Seleuco le pregunto entonces el significado de que “¿por qué era insanable?”, a lo que le respondió el médico:
- “Porque está enamorado de mi mujer”.
- “¡Cómo! ¿Y no querrá nuestro amigo Erasístrato, otorgar su mujer a mi único hijo y sucesor, cuando no hay otra manera de salvar su vida?”
- “Tú, que eres su padre, no lo harías si estuviese enamorado de Estratónice?”
- “¡Ah amigo mío! Cualquier solución divina o humana sería buena para mí si se pusiese bueno. No solo le daría Estratónice, sino mi Imperio, para salvar a Antíoco.”
El rey decía todo esto con una enorme afectación, llorando, al tiempo que hablaba. Erasístrato, entonces, tomándole la mano le dijo:
- “En ese caso tu no necesitas a Erasístrato: porque tú, que eres el marido, el padre y el rey, eres el médico ideal para tu propia familia.
”Y efectivamente, mando el rey reunir a su pueblo en junta general, y les comunico ambas decisiones: “Que nombraba a su hijo Antíoco corregente y que autorizaba su boda con Estratónice, a quien adoctrinaría para que entendiese las profundas razones que le llevaban a tomar tan graves decisiones”.
Por último, un ejemplo (entre otros muchos posibles) de la representación del “mal de amores” en el arte, sería esta “Visita del médico”, del pintor barroco holandés Jan Havicksz Steen; una de sus habituales obras de carácter costumbrista, cómico y a la vez moralizante (Figura 3). Una chica, aparentemente enferma, pero sonriente, con su cabeza blandamente reclinada en almohadas y el pecho semidescubierto, recibe la visita del doctor, al que la doncella sirve un vinito. Se ha relatado (conociendo el talante de Steen) que el mal que sufre la joven puede ser, desde “fiebre de amor”, hasta un “embarazo psicológico” pasando por un “útero errante”, entidad propia, esta última, de mujeres vírgenes (el útero era una especie de animal que se mueve por el resto del cuerpo, molesta y libremente, al no haber sido fecundado) En la escena, además, se nos presentan, dos posibles interpretaciones: detrás de la cama hay un cuadro representando el amor sin freno, lo que nos indicaría que, de “psicológico”, nada: que a la muchacha la había podido la pasión y que esas eran las consecuencias. Y la otra, supone que el “embarazo psicológico” es cierto, y que los dos perros que están en la escalera posterior, olfateándose, indican cual es la “situación carencial” que justifica el mal de la joven.
Doctor Javier Ortiz González.