PRESENTACIÓN
López Campos Bodineau: tradición, vocación y vanguardia.
Escuchar una conferencia del profesor José Luis López Campos Bodineau (como la que pronunció recientemente, en la Real Academia de Medicina de Sevilla, sobre Inteligencia Artificial), me trajo, nítidamente, el recuerdo de mi primer (e inolvidable) día de clase en la Facultad de Medicina de Sevilla. La asignatura era Histología y, el profesor, otro doctor José Luis López Campos (el “senior”): su padre. Tuve la fortuna de trabajar con él como alumno interno oficial (aún conservo mi primer contrato universitario, con un sueldo exorbitante de ¡2.400 pesetas!… anuales) en la Cátedra de Anatomía Patológica, y años más tarde, de disfrutar de su amistad y de la de su esposa, la doctora María del Carmen Bodineau, especialista en Hematología.
El doctor José Luis López Campos Bodineau, a quien hoy acogemos en nuestra Tribuna, obtuvo la Licenciatura y el Doctorado en Medicina en Sevilla. Es especialista adscrito a la Unidad Médico-Quirúrgica de Enfermedades Respiratorias, del Hospital Universitario Virgen del Rocío, y Catedrático del Departamento de Medicina de la Universidad de Sevilla. Coordina la asignatura “Mecanismos moleculares y fisiopatología de las enfermedades respiratorias” en el Máster Oficial en Investigación Biomédica de dicha universidad. Es jefe de grupo en el CIBER de Enfermedades Respiratorias, co-investigador responsable del grupo de enfermedades respiratorias del Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBiS), y Editor Jefe de “Archivos de Bronconeumología” (seguro que me dejo mucho en el tintero).
En 2015 recibió el Premio Salud Investiga, otorgado por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía en la modalidad de Salud Pública. Es director de una veintena de tesis doctorales, autor de varios libros, de más de treinta capítulos en obras colectivas y de más de 400 publicaciones científicas nacionales e internacionales, con un altísimo índice de citación.
Como él mismo afirma, es un enamorado de la Inteligencia Artificial. Y añado yo: un verdadero experto en su aplicación clínica, y un excelente (y amenísimo) divulgador del tema.
Julio Sánchez Román
Secretario de AADEA
ARTÍCULO
El ejercicio de la medicina ha estado históricamente ligado a dos pilares esenciales: el conocimiento y la experiencia clínica. Por un lado, el saber médico era tradicionalmente patrimonio de unos pocos, custodiado por quienes tenían acceso a las fuentes del conocimiento y lo transmitían de forma unidireccional a través de las clásicas lecciones magistrales en el aula universitaria. Por otro, la combinación de ese saber con la experiencia clínica dotaba al profesional de la capacidad de tomar decisiones clínicas aplicadas a pacientes concretos. La conjunción de ambas aptitudes, saber y experiencia, daba lugar a un ejercicio médico exigente y complejo, reservado a quienes lograban integrar ambos dominios de manera armónica. En esencia, todo diagnóstico clínico es un proceso de análisis de información. Supone integrar una vasta cantidad de datos (síntomas, exploraciones, pruebas complementarias, antecedentes, publicaciones científicas, guías clínicas) y combinarlos con la experiencia acumulada para alcanzar la mejor decisión posible. Hasta hace poco, esta labor recaía exclusivamente en la memoria y el juicio del profesional.
Este paradigma comenzó a transformarse con dos hitos decisivos en la historia reciente. El primero fue el acceso universal a las publicaciones biomédicas a través de internet, que democratizó el conocimiento científico. El segundo, más reciente y disruptivo, es la irrupción de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito médico. La IA representa una tecnología capaz de procesar en segundos lo que antes requería horas, días o incluso años de estudio y experiencia. Puede ofrecer sugerencias, resúmenes y posibles rutas diagnósticas sustentadas en la evidencia más actualizada en segundos. En apenas unos años, la IA ha pasado de ser un concepto propio de la ciencia ficción a convertirse en una herramienta cotidiana que está transformando la forma en que trabajamos, nos comunicamos y aprendemos. En medicina, su impacto está siendo particularmente profundo.

Las aplicaciones de la IA en medicina conforman ya un amplio y diverso repertorio que abarca prácticamente todas las dimensiones de la práctica sanitaria. En el terreno asistencial, se emplea como soporte en la interpretación de pruebas diagnósticas por imagen, en la ayuda a la toma de decisiones clínicas o en la predicción de complicaciones. En el campo de la investigación, permite abordar los complejos análisis multiómicos y de biología de sistemas, abriendo nuevas vías para el descubrimiento de biomarcadores y terapias personalizadas. En el ámbito docente, posibilita nuevos entornos de aprendizaje colaborativos e interactivos, y en la gestión sanitaria ofrece herramientas para la optimización de recursos, la planificación y la vigilancia epidemiológica. Entre todas estas posibilidades, una aplicación especialmente valiosa para el médico en su práctica cotidiana es la búsqueda y gestión del conocimiento científico. Tanto en el contexto de la investigación como en la consulta clínica diaria, la IA está transformando la forma en que accedemos a la bibliografía médica y procesamos la información relevante en tiempo real.
Hasta hace muy poco, los profesionales de la salud dedicaban largas horas a buscar artículos en bases de datos como PubMed o Scopus, a leer resúmenes y seleccionar información útil. Hoy, plataformas como OpenEvidence, Consensus o Elicit permiten automatizar gran parte de ese proceso. Estas herramientas no sólo identifican y resumen la literatura más relevante, sino que incluso ayudan a estructurar revisiones sistemáticas o a valorar la solidez de la evidencia existente. Asimismo, aplicaciones como DxGPT ofrecen apoyo diagnóstico en casos clínicos reales, combinando el lenguaje natural con las bases de conocimiento biomédico.
Gracias a estos avances, el médico puede mantenerse actualizado de manera continua y personalizada, sin depender de tediosos procesos de búsqueda manual. En un contexto en el que cada día se publican más de 4.000 artículos biomédicos, la capacidad de filtrar, sintetizar y contextualizar la información se ha convertido en un auténtico tesoro. Es, sin duda, una revolución silenciosa que redefine la relación entre conocimiento y tiempo.
Uno de los temores más frecuentes al hablar de IA en medicina es la posibilidad de que llegue a “reemplazar” al médico. Sin embargo, la realidad apunta en la dirección opuesta: la IA amplifica el valor del conocimiento humano. El desafío no sólo es tecnológico, sino ético, educativo y cultural. El médico del futuro deberá dominar no solo la fisiopatología o la farmacología, sino también las herramientas digitales que le permitan aprovechar plenamente la información disponible. Saber cuándo confiar en la IA y cuándo matizar sus conclusiones de ella será una nueva competencia profesional, tan importante como interpretar una radiografía o valorar un electrocardiograma. En este sentido, la IA no pretende sustituir al clínico, sino liberarlo de las tareas repetitivas y administrativas para permitirle centrarse en lo esencial: la relación con el paciente, la comunicación, la empatía y la toma de decisiones complejas.

La tecnología, cuando se utiliza con criterio y prudencia, devuelve tiempo y claridad a la medicina, y refuerza el papel del médico como intérprete y garante del conocimiento. Nos encontramos en un momento apasionante. La IA está transformando la manera en que aprendemos, investigamos y cuidamos, pero este cambio exige prudencia, regulación y una profunda reflexión ética. Es indispensable garantizar la privacidad de los datos, la transparencia de los algoritmos y la formación adecuada de los profesionales que los utilizan. Sólo así podremos aprovechar todo su potencial sin comprometer la confianza del paciente ni la integridad del acto médico.
La medicina del siglo XXI no será puramente humana ni puramente digital: será híbrida. Una medicina donde la ciencia de datos y la experiencia clínica coexistan en equilibrio; donde las máquinas aprendan de los médicos tanto como los médicos aprendan de las máquinas. Una medicina que, lejos de deshumanizarse, se enriquecerá con nuevas herramientas al servicio de un propósito inmutable: cuidar mejor al ser humano.

