Estimados compañeros y miembros de la AADEA: Es un gran honor y una inmensa responsabilidad
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El 19 de julio de 1623, tras la muerte del Papa Gregorio XV, se reunió un cónclave compuesto por cincuenta y cinco cardenales para elegir a su sucesor. El 6 de agosto, por una mayoría de 50 votos, resultó electo el Cardenal Maffeo Barberini, que tomó el nombre de Urbano VIII. En aquellas fechas, una tremenda epidemia de fiebres, atribuida al ambiente enrarecido de la ciudad (“mal aria” = mal aire) azotaba Roma. Diez de los cincuenta y cinco cardenales que intervinieron en el cónclave fallecieron. El mismo Papa, también afectado por la fiebre, tuvo que retrasar su coronación hasta el 29 de septiembre y, poco después, encargó a los jesuitas que buscaran por todas partes un remedio para la enfermedad. Agustino Salumbrino, jesuita italiano y primer farmacéutico del Colegio Máximo de San Pablo de Lima, observó que en Perú y Ecuador, desde tiempo inmemorial, los indígenas utilizaban la corteza de un árbol (que llamaban cascarilla, hoy árbol de la quina) como medicamento y, muy especialmente, para combatir los escalofríos provocados por las bajas temperaturas. Arbol de la Quina Por analogía, los jesuitas empezaron a usarla para tratar los escalofríos de las fiebres intermitentes conocidas en España como cuartanas y
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